Cardinale Vincent Nichols, Vice-Presidente del CCEE
Homily The first reading in our Mass this evening is one of the most beautiful...
0A todos mi saludo personal, con mis mejores sentimientos para cada uno de ustedes, y, también, el saludo y más cordial bienvenida a todos en nombre de la Conferencia Episcopal Española, que se siente muy honrada con su presencia en medio nuestro. Nos hemos reunido en este Simposio, organizado por el consejo de las Conferencias Episcopales de Europa para reflexionar sobre cómo “Acompañar a los Jóvenes a responder libremente a la llamada de Cristo”, en vistas al próximo Sínodo de los Obispos y teniendo también como trasfondo la Jornada mundial de la Juventud en Panamá. Todos tenemos, además, muy presente el reciente mensaje del Papa Francisco con ocasión de la Jornada Mundial de La Juventud de 2017, que se celebrará el Próximo 9 de abril, Domingo de Ramos.
Nos sentimos urgidos a acompañar a los jóvenes al encuentro con Cristo, que camina con ellos, aunque no lo sepan ni perciban pero que comparte su camino, sus gozos y esperanzas, sus inquietudes más verdaderas y dignas. Somos conscientes de que ellos los jóvenes, que son el futuro de la humanidad, no serán artífices de ese futuro al margen de Cristo: Necesitan a Cristo para edificar una humanidad nueva hecha de hombres y de mujeres nuevos necesitan el encuentro con Cristo para aprender el arte de vivir que Él nos enseña.
La Iglesia no tiene otra riqueza ni otra palabra que Cristo, y no la podemos silenciar, ni la dejaremos morir, ni se la podemos negar a quien nos pide -y los jóvenes nos piden a Cristo-, como a aquel paralítico a la puerta del templo con el que se encuentra Pedro. Y como Pedro respondemos: “Lo que tengo te doy; en nombre de Jesús Nazareno, ¡levántate y anda!”. Para esto nos reunimos para ver cómo decirles a los jóvenes, “por ahí pasa el que buscáis”, y acompañarles a que se encuentren con Él y vean dónde vive en este camino de la vida que Él comparte con los jóvenes y que sólo Él tiene palabras de vida y de esperanza. Vive en la Iglesia, se le encuentra en los pobres los que sufren.
Los jóvenes de hoy podrán encontrarlo en la Iglesia. Ellos han de descubrir que ¡vale la pena ser Iglesia, sí, vale la pena!. Han de percibir que los queremos y que en ellos confiamos, que la Iglesia los acoge los quiere, que confía en ellos y en ella tienen su hogar. Necesitan escuchar y experimentar nuestro jóvenes que van a configurar el mundo del nuevo milenio! Que son esperanza de nuestro mundo, esperanza de la Iglesia!, que en ellos se dan logros y valores que denotan que Cristo no está lejos de ellos; que tal vez no lo conocen bastante, pero que lo aman, lo buscan como a tientas, quizá incluso por caminos errados, pero la verdad es que lo buscan, que lo necesitan. Les han tocado tiempos difíciles a los jóvenes. Todo les invita a que sigan otros caminos, tan fáciles como halagüeños, distintos al de Cristo. Pero saben que es el único camino que los conduce a la felicidad y a la vida, por sendas de libertad, de amor y de esperanza
Los jóvenes tienen en el corazón un gran ideal, un irreprimible anhelo: que la vida sea algo grande y bueno, que no defraude. Desean que su persona, su vida y sus inquietudes sean tomadas en serio, sean queridas por sí mismas y no sólo por lo que puedan ganar, producir, o consumir. Desean que el mundo sea un lugar amable donde los hombres seamos amigos y nos ayudemos unos a otros a recorrer el camino de la vida. Desean que crecer no sea sinónimo de hacerse escéptico y de tener que matar o censurar los anhelos más nobles del corazón. Todos esos deseos configuran la existencia humana, son su señal más característica. Por eso la infancia y la juventud no deberían acabar nunca, deberían permanecer siempre. Pero acaban. y no porque pasen los años, ya que todos conocemos personas con muchos años en quienes la esperanza está intacta, sino porque el mundo que hemos hecho los hombres, la cultura que hemos construido entre todos, muchas veces no os hace fácil mantener vuestro ideal.
Es cierto que los rodea un mundo que no es fácil, a pesar de todas la apariencias; que no les ayuda en sus nobles y no pequeños ideales, ni ofrece las respuestas que verdaderamente les importan e interesan para vivir. No pueden cerrar los ojos ante las amenazas que les acechan a su alrededor. Con demasiada frecuencia, el mundo en que vivimos, que les da tanta información, que les ofrece tantos sucedáneos baratos de la felicidad y de la libertad, deja sin respuesta las preguntas más importantes y urgentes. No les ayuda a reconocer el significado de la vida, ni les acompaña a entrar en la vida adulta, que consiste en afrontar la realidad de un modo que no destruya la esperanza. No les facilita el reconocimiento de su dignidad como personas y de su vocación. Los deja solos porque no le interesa sus personas, ni su esperanza, ni su alegría. A veces, el desinterés se da en la misma familia, ese lugar que Dios ha creado para que el hombre pudiera experimentar lo que vale ser querido por uno mismo, y así adquirir la clave más decisiva para orientarse en la vida, y para reconocer a Dios. Por eso tantos de los jóvenes, a pesar de sus pocos años, viven ya en la tristeza y en la desesperanza, o tratan de buscar un alivio a su inquietud en el alcoholo en la droga, o en el sexo irresponsable, o en la violencia, que los terminan destruyendo. .. A pesar de estas dificultades, o precisamente por ellas, es necesario decirles, comunicarles que la vida no tiene por qué consistir en engañarse a uno mismo; que hay una alegría que no hace evadirse de la realidad, y una esperanza que no es ilusión, y un amor que no es interés disfrazado. Que hay una verdad como una roca, sobre la que puede construirse una casa -la vida-, sin que los vendavales, las tormentas o las lluvias que inevitablemente azotan la casa con el tiempo terminen por echarla abajo. Esa roca es Jesucristo. El es el Camino, la Verdad y la Vida.
Por eso es preciso acompañarles a que se encuentren con Cristo y sigan su camino, ¡el único camino!, aunque se abran para ellos otros caminos que les pueden halagar con metas tan fáciles como ambiguas. Sólo El conduce a la realización plena de las expectativas que llevan en lo profundo de su joven y grande corazón. En Cristo descubrirán la grandeza de su humanidad. Porque es grande ser hombre, ¡muy grande! porque Dios ama al hombre, porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre; porque El mismo nos ha dicho con hechos lo que vale ser hombre, tanto que no hay dinero en el mundo con el que se pueda pagar un rescate por un sólo hombre – cada hombre vale más que todo el dinero del mundo, no es comprable por nada-. Por él, por el hombre, por cada hombre, Cristo mismo pagó el rescate, “hemos sido, en efecto, comprados no con oro o plata perecederos, sino con la sangre de Cristo”, que es la sangre de Dios eso es lo que vale el hombre – la sangre de Dios- esa es la dignidad de todo ser humano. Así lo quiere Dios.
Que Dios les bendiga a todos y les guíe en sus trabajos.